No es la tierra quien me sostiene, sino la luz del día. Y aunque me veo inmóvil llevo una velocidad de miles de kilómetros. Vehículo ideal para el transporte diario a regiones de ensueño, porque anulas el vértigo, y la hora exacta de partida, y la conversación importuna del otro peregrino. Cada cual por su ruta, veloces y sueltos, haciendo un alto al capricho y con el ligero bagaje de un libro. Mañana quiero ir a Ceylán, que es una isla remota, de perlas y canela.