Unas manos pueden acariciar, pueden aplaudir, unas manos pueden abrazar, trabajar, partir el pan. Unas manos pueden también pegar, arañar, estrangular, apuñalar, despellejar. Unas manos pueden dar y pueden quitar, unas manos se pueden equivocar, quitarte lo que te dieron, incluso, lo que nunca fue suyo y, algunas veces (pocas) devolverte lo quitado. También pueden escribir. Y escribir algo tan terrible y bello como Las Manos de Sara Olivas. Una poeta que recoge el testigo de la mejor poesía confesional y la lleva hacia el común con la frialdad de un bisturí, la ligereza de una pluma y la gravedad de una lágrima. Una poeta que con su primer libro hace todo un ejercicio de exordio, de limpia familiar, que denuncia el maltrato heteropatriarcal desde la afectación y pone en cada verso el cuerpo, la carne, sus manos, estas manos que, como tú ahora, son capaces de sostener uno de los mejores libros que leerás en este año.